La suela se utiliza más para raspar que para esconder la pelota y dibujar una gambeta. El resultado importa más que lo que puede brindar un equipo, porque no hay proyectos y el exitismo se consume a sorbos agigantados. Se ve desde hace tiempo, se observó en un verano que fue poco encantador, y amenaza con repetirse en el próximo Clausura. 

El fútbol argentino entró en picada. Se nota en los torneos, en el poco interés que produce desde el espectáculo en sí. No hay partidos abiertos, porque interesa más cuidar el arco propio, cerrar el cero y después sí encargarse de ir a buscar los tres palos de enfrente, casi con timidez, porque lo pide la gente. Todo se ha vuelto mezquino. 

Y claro, todo, también, repercute en el techo, en la Selección. Sin bases, sin recursos, sin sustentos, ni proyectos, todo se hace cuesta arriba. Cuando se habla más de los barras que de la pelota, los problemas acusan un estado alarmante de necesidades futboleras. No se conjuga el fútbol, porque el futuro no tiene un presente que lo seduzca. 

Todo está dado vuelta. Rolando Schiavi, uno de los mejores jugadores del Apertura (y no necesariamente por deslumbrar con su juego), se encargó de decir hace unos días: “Si quieren espectáculo, vayan al teatro”, una señal que el ganar como sea se comió la cabeza de todos. 

Está claro, todos quieren ganar, todos buscan los tres puntos, pero el “como sea” se volvió monótono, aburrido, chato, frágil y tedioso. El espectador, que para colmo deberá pagar 50 pesos la entrada más barata, se siente desbordado y a la salida del estadio, salvo esa mueca de alegría si obtiene los tres puntos, se va con el alma vacía y los ojos en una nebulosa, la misma en la que hoy se encuentra el fútbol argentino.